martes, 28 de julio de 2009

La imagen nuestra de cada día


Sábado a la noche. Reunión con amigas de trabajo en casa. Conversaciones amalgadísimas, risas, llantos, fotos, cerveza, vino, un pollito encantador (modestia aparte). Variado.
Y entre toda esa soltura, esa desmesura exquisita -merecida!-, una le dice a la otra algo mas o menos así: -vos antes te arreglabas, por qué no lo hacés más? Con lo lindas que te quedan las polleras!
Y la otra, que venía de caminos cansados, con la autoestima un poco por el subsuelo lo pensó, lo asimiló, y recordó que le gusta gustarse, de adentro para afuera, y viceversa. Y acometió, como suele hacer.

Pero entonces vino el hondazo: “por qué tan corta esa pollerita”?


Para algunos, la línea que separa lo que queda bien del ridículo es más que delgada.

A mi siempre me quedará mi pollera, que de una bofetada me recordó que no necesito
sentirme observada para saber que estoy ahí, querida y respetada (y mirada
también, por qué no?)

Pero como buena tana que soy, la verán volver (tal vez algo más larga para no alterar a los que barajan) Porque la imagen nuestra de cada día no Se agota en el qué, sino en el cómo.

Eso sí, entre mi bronca y placer, fue el tema del día.

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